Un copo de nieve en medio del bosque.

El silencio de aquella tarde en el bosque era realmente sobre cogedor. Las hojas mecidas por el suave viento se arremolinaban en la copa de los árboles, casi quejándose por que las molestaran de su largo sueño invernal. Extrañamente el agua no se filtraba entre los pequeños huecos que la maleza dejaban libre para observar el cielo. Quizás es que sencillamente no había agua que dejar pasar. De todas formas, el cielo gris avecinaba la lluvia que se dejaba escuchar a lo lejos del bosque, y aquellas destelleantes luces y ruidosos estruendos dejaban claro que se acercaba y no pensaba deternerse.

Solo un cascabel, el agudo sonido de un cascabel se escuchaba inquietante entre el crujir de las hojas. Nada más. Aquel lobo blanco de ojos azules andaba tranquilo, atento a cualquier otro sonido que no fuera el del collar que colgaba de su cuello, con las orejas alertas, escuchándolo absolutamente todo. Estar allí, así, lo dejaba desaparecer del acusador recuerdo en la ciudad. El lobo, de pelaje blanco como la nieve, se hacía bastante visible en el suelo terrado, un contraste abrumador e inquietante, pues su aspecto de lobo ártico podía hacerte pensar cualquier extraña idea de su presencia.

Su tranformación había sido dolorosa, como en todas las demás ocasiones, y él sabía que lo iba a ser antes de tomar la idea de deshacerse de su naturaleza humana, pero nada iba a frenarlo en aquel momento. En su mente aún recordaba la escena que lo había hecho tomar aquella desición. La clase, el libro, su compañero, la hoja...la sangre. Respiró hondo, intentando recordar cada detalle, necesitaba aprender de sus errores, sobretodo de este, que tan importante era para el y los de su especie.
Pero el joven rubio había salido de la universidad como alma que lleva el diablo y nada ni nadi había podido detenerle. La mesa, el ruido, los gritos, el miedo en los ojos de su compañero, su rabia, la puerta destrozada...su desaparición. No podría volver por allí hasta que las cosas se normalizaran de nuevo, que no hicieran muchas preguntas, porque sabía que preguntas habría, quisiera o no.

De nuevo, las hojas allá arriba, en la copa de los árboles se volvieron a mecer con el viento, en un suave susurro y el lobo miró hacia arriba, deteniéndose por unos instantes, quedándose entonces el bosque de nuevo en silencio por haber acallado su insistente cascabel.

Ni un solo ruido. Ni un solo movimiento. ¿De dónde había salido entonces aquel enorme lobo negro? Adonis rectificó en sus propios pensamientos, no era un lobo, sino una loba bastante grande de color negro como la mismísima noche que se acercaba y de ojos intensos y verdes.

Rodó por el suelo manchando su blanco pelaje con la tierra mojada del bosque, intentándo librarse de la loba, mientras su cascabel se escuchaba quejumbroso por los rápidos movimientos casi sin sentido que el pequeño lobo hacía para quitársela de encima.

Finalmente, se presentó sumiso, quedando atrapado bajo la loba, que le mordía el cuello. El lobo sacó sus afilados dientes blancos, tanto como su pelaje y su lomo se había erizado, pero que no era notable pues estaba tumbado sobre el suelo. No sabía lo que estaba buscándo, pero por el olor que desprendía estaba seguro que no era una simple loba, era uno de los suyos y, que él supiera, no se solían atacar entre ellos.

Con un leve gruñido clavó sus dientes en el cuello de ella, como estaba haciendo con él. No sabía si así solucionaría algo o le daría a la enorme loba negra más incentivos para atacar. Solo esperaba no volver a oler la sangre, o desataría al monstruo que vivía oculto en él, y no deseaba eso, ahora no.

Pensó por un instante que hacer para desarmar a la loba y sin pensarlo más, le dió un lametón en el rostro, dejándo de gruñir. Adi esperaba que eso funcionara, nadie espera en su sano jucio que si estás atacando a alguien, venga y te dé un beso. Era totalmente ilógico, y por eso el lobo blanco lo hizo, esperándo una reacción de la loba, y esperaba que no fuera violenta. Ninguno saldría bien de allí si él olía la sangre.

Se alegró de que su plan improvisado hubiera dado buenos resultados. Se la había jugado a un solo movimiento que podía haberle costado una tremenda pelea. Se levantó del suelo, sacudiéndose, deshaciéndose de la tierra que se había quedado aderida a su suave piel blanca, haciendo que el cascabel volviera a sonar divertido.

Se sentó en el suelo, observándo los movimientos de la loba al transformarse de nuevo. Un pequeño gruñido salió del lobo, casi como una risa humana. Y es que a Adi le había hecho gracia eso del sado. Decidió no hacer ningún comentario al respecto, quedaría como un bicho más raro aún de lo que ya era. Pero por lo que los ojos de la chica transmitían podía ver que no estaba muy contenta.

Si quería mantener una conversación "civilizada" con ella, no le quedaría otra que volver a tranformarse. Por lo que se concentró en ello, aguantándo el dolor, con los ojos cerrados con fuerza. Recuperó su forma humana, jadeante a causa del dolor. Sacudió la cabeza, haciéndo sonar de nuevo su cascabel, que permanecía en su cuello aunque recuperara su forma. El maldito cascabel siempre estaba allí.

Levantó la mirada, clavándo sus ojos azules en la chica con una sonrisa divertida.
-Pero ha funcionado, ¿no?- Contestó a la chica, recordándole que ahora estaba libre de su agarre.

Sonrió de lado, haciendo caso omiso ante la descarada mirada de la chica. Se quedó allí sentado, como si aún fuera aquel lobo blanco, que tampoco era que se diferenciara mucho en su forma humana. La palidez de su piel y su pelo, casi del mismo color que había sido su pelaje hacía unos minutos, le daban un aspecto realmente fantasmal que él sabía que poseía.

-Yo dejo lo de ser amoroso para los ojos, gracias.- Bromeó, aguantándo la risa, porque le daba la impresión de que a la loba no le iba a hacer mucha gracia que estubiera gastándole bromas.
-Y supongo que algo se te pega cuando te llamas Adonis. Lo siento, es algo que no puedo cambiar.- Concluyó el rubio, mirándo a la chica de reojo, no directamente por si acaso, tampoco quería provocarla. Aunque, quizás en forma humana, Adonis le ganara en fuerza y altura. Él era un tipo que apoyaba la paz, sobretodo entre los de la misma especie.

Se revolvió el pelo, despeinándose más de lo que estaba, escuchándo de nuevo las ojos en la copa de los árboles. Y de repente, unas perladas gotas de lluvia empezaron a resbalar por su cuerpo desnudo. Finalmente la lluvia había llegado, y viendo como aumentaba de intensidad, tenía intención de quedarse.

Clavó sus translúcidos ojos azules en el rostro de la chica, sin borrar su sonrisa, algo natural en él. Pero en realidad mostraba aquella sonrisa la utilizaba para mantener oculta a la bestia que vivía oculta en él, aquella bestia dormida por la inquebrantable fuerza de Adonis y que tan rápido despertaba con la sangre de cualquiera.

Asintió con la cabeza al comentario de la chica. Adonis no era un nombre traumante, pero claro está que no era el mejor que sus padres podría haber elegido para él, al menos al parecer del joven rubio.

Hizo el esfuerzo de levantarse, con un quejido fugaz saliendo de sus fríos labios morados por el frío, sobretodo del agua que ahora golpeaba su fina piel nívea, quedándose desnudo delante de la chica de nombre extraño.
-Bueno, mis padres eran mayores, supongo que se lo puedo perdonar. Y si no te gusta y, por algún casual quisieras llamarme, responderé por el nombre de "Adi".- Cloncluyó el chico rubio, teniéndo que alzar un poco la voz para que el golpear del agua en el suelo no acallara sus palabras y quedara más imbécil de lo que ya se lo estaba pareciendo a Narvla.

Porque el joven podía notarlo en el tono de su voz y en la manera en la que lo meriba. Pero estaba acostumbrado, sabía que no era la persona más normal que pudiera aparecer por estas tierras llenas de lobos con alma noble.

Pasó una mano por sus ojos, quitándo los mechones de su claro cabello que se metían molestándole en los ojos. Soltó una suave risita, mirándo al suelo, negándo levemente antes de volver a mirarla. Aunque ahora no era la misma mirada que antes, ni la misma sonrisita común, era, quizás le mejor palabra para describirla, más malvada.

-Te lo voy a decir una vez, loba...-Dijo imitándo las mismas palabras que ella había utilizado para dirigirse a él, pues le pareció realmente lo más adecuado en aquellos momentos.
-...no me toques mucho las narices y todo será igual de bonito en estos bosques de cuentos de hadas.- Alzó ambos cejas, dándo por terminado su estrafalário discurso. No hizo ningún tipo de comentario como contestación a las palabras de la chica con referencia a su vida sexual, por desgracia, poco activa del joven Adonis, pues para quedar en ríduculo se bastaba con su sola presencia, sin necesidad de meter por medio cosas que no le incumbían a la chica, a no ser que quisiera remediarlo.

Y es que sacar la bestia interior de Adi era bastante complicado, pero la sangre no era, desde luego, la única forma de sacarla. Algunos le habían dicho que eran trastornos de la personalidad, nadie creía que aquel inocente chico rubio de ojos azules se pudiera poner tan bestia en momentos dados con algun motivo especial.

Giró la cabeza, apartándo la mirada de la cica, mordiéndose el labio, algo dubitativo. Nunca había luchado bajo la lluvia, pero podía intuir que no iba a ser nada fácil y hacerlo desnudo solo se le presentaba cómico y extraño, no por ello menos...divertido.

Adonis era de los que defendían mejor en su forma humana que en lupina, y su rápido cerebro le daba muchas oportunidades de calibrar la escena y sus posibilidades, aunque no era de los que pensaba que una retirada a tiempo era una victoria, por eso, aunque hubiera intuído que aquella chica habría podido ganarle, no se hubiera ido y hubiera aguantado la paliza, no sin antes repartir golpes, de eso estaba seguro.

Pero allí no veía una razón para ganar o perder, solo diversión, por parte de ambos. Solo temía a una cosa, a la sangre. Si se lastimaba, sería una pura máquina de lucha y no lo deseaba, sacar a la fiera que llevaba dentro era bastante peligroso.
Aún así, le seguiría el juego a la loba.

Primer golpe. Se levantó del suelo con un ágil movimiento, mirándo de nuevo a Narvla. La chica sabía luchar.
-¿Es que quieres otro lametón...?- Bromeó, de nuevo alzándo la voz, buscándo el punto de apoyo de la chica. Buscó darle justo detrás de las rodillas, por lo tanto atacó por debajo, buscándo su desequilibrio.
-Solo tenías que pedirlo.- Dijo con una risita, algo malvada. Buscaba sus puntos débiles, pero que no fueran sensibles. Intentaba permanecer lejos de cualquier zona que tubiera fácil acceso a la sangre.

El tiempo era algo en lo que Adonis no había pensado, desde luego. No pensaba que aquello pudiera ir en su contra y no lo tomó en cuenta, no se le pasó ni por la cabeza que el tiempo que tardara en recuperarse de aquel movimiento podría darla a la chica el tiempo suficiente para dejarlo K.O. tumbado de nuevo sobre el frío suelo, notándo ahora el barro acariciar su piel debido a la insistente lluvia que caía sobre ellos, imparable, fría, y por supuesto, húmeda.

Pero aquello no hizo que Adi se desanimara. Al contrario, incluso le hizo gracia, dejándo escapar una risita entre dientes, con algo de maldad camuflada en esa inocente risa infantil.

Hizo amago de sus pocas fuerzas, haciéndo girar sus cuerpos, para dejarla a ella abajo, tumbada en a pocos centímetros de donde antes había estado el joven rubio. Pero como tenía las manos sujetas con las de la chica, no podía levantarse, por lo que estaba totalmente pegado a su cuerpo, mirándola con aquella sonrisita pícara posada en sus labios.

Acercó sus labios al cuello de la chica, sacándo su lengua y dándole un lametón, quizás esta vez más sensual de lo que debería haberlo hecho. Pero ya lo había hecho y no podía dar marcha atrás. Era más extraño dar un lametón en forma humana en que en forma lupina. Para el joven rubio fue igualmente divertido, no podía evitarlo, era así de raro.

-Y seguiré hasta que no me queden fuerzas.- Terminó por decírle con aquella sonrisita a la chica, divertido por la situación, haciendo referencia a su pregunta anterior. Una contestación no muy acertada para el momento, de eso estaba seguro. Esperaba que la próxima reacción de la chica no fuese tan dolorosa como la anterior. Tendría moratones hasta el resto de sus días.

Estaba claro que el joven rubio esperaba una reacción por parte de la loba. Pero ciertamente esperaba una especialmente dolorosa para su persona, que le dejara la marca de color violáceo por mucho tiempo y que le dolería nada más que lo rozasen accidentalmente por cualquiera de las concurridas calle de Bucarest.

Pero no fue esa la reacción de la loba, algo que desconcertó de sobremanera al joven Adonis. El ruido que en poco tiempo se había formado en el bosque, un bullicio casi místico, lo estaba poniendo realmente nervioso. O quizás, el joven no se había dado cuenta hasta ese mismo instante, que lo que le ponía nervioso era la extrema cecanía que mantenía con Narvla y estaba empezando a incomodárlo.

Y tuvo sus razones cuando notó que se salvaba de su agarre sin hacer nada que no fuera respirar, su cálida lengua recorrer su cuello, gélido por el frío que se formaba en las entrañas del bosque y la lluvia, que no dejaba tiempo al descanso y silencio. Pero no fue eso lo peor que Adonis sintió.
Los dientes de la chica en su labio inferior y ese sabor a hierro, esa sustancia cobriza y líquida que manaba de él.

Cerró los ojos, respirando profundamente, echándo el aire en un suspiro, saboreándo su propia sangre. Cuando los volvió a abrir ya no era el mismo chico rubio e inocente de hacía un segundo atrás. Sus ojos tenían un intenso color azul, más oscuro, como lo más profundo de su mirada.

Pero aún se debatía en su interior el autocontrol del inocente contra la bestia. Sus manos temblaban. Se levantó de un salto, separándose al fin de la chica. La sangre era el peor detonante que existía para Adonis. Apretaba los dientes y había cerrado las manos en un puño. Repiraba agitadamente y había dirigído la mirada hacia otro lado. Pero seguía notando el sabor de la sangre en su paladar y no podía librarse de él.