Decididamente, no iba a volver a coger el transporte público ni aunque el médico se lo recetase. Fin de la historia. A la mierda la contaminación, el cambio climático, y todas esas idioteces. Ella con su Harley Davidson llegaba a tiempo a todas partes, no tenía que pagar nada más que la gasolina, y no tenía que aguantar al resto del universo sudando, gritando y quejándose por todo. ¿Qué más les deba sentarse, ir de pie, o estár más o menos lejos de la ventana?
A modo de conclusión, el humor de la cazadora oscilaba entre mal y peor cuando el vehículo llegó por fin a su parada correspondiente, haciéndo que Yvette viera la luz de la libertad por primera vez en un buen rato. Con un bufido bastante poco amable se despidió del tipo obeso que había estado atentando contra su espacio vital todo el trayecto y de un salto ágil y casi infantil debido a su gran efusividad, aterrizó en el asfalto grisáceo de la ciudad.
La brisa suave del lugar acarició su rostro, bailando con su cabello y aliviando el calor agobiante que se había adueñado del cuerpo de la mujer durante el tiempo que había estado encerrada. Estaba decidiendo si ir directamente a casa o pasar antes a tomar algo en un bar cuando la presencia de lo que sin ningún margen de error era un lobo captó su atención. Los ojos ambarinos de Yvette se clavaron automáticamente y sin ningún tipo de sutileza en una joven cercana a ella, que parecía tan aliviada como ella de volver a ser libre. Una de las cejas de Yvette se arqueó en una mueca de curiosidad. Los lobos no solían usar el transporte público.