Fantasmas del pasado. [Lianna]

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Conforme la noche va cayendo la avenida va vaciándose de gente, psando del constante movimiento a uno más pausado y arítmico, como si de un animal que da sus últimos coletazos de vida se tratase.

Sin embargo él se siente cómodo ahora, con la avenida casi vacía, sentado en uno de los tantos bancos que hay presentes en la zona, repantingado sobre el mismo, embutido en unos vaqueros negros, una camiseta del mismo color con una intrincada calavera dibujada y su particular gorro.

Lleva un pitillo en las manos, un vicío que, pese a estar comenzando a dejar, aún lo tiene, fumando calmadamente, sintiendo la soledad, el vacío, la oscuridad..

Sintiéndose, irónicamente, bien con esta situación.

Aclaración: Este rol va ANTES del secuestro.

Lobo Localización : Bucarest Mensajes : 46

No quería estar aquí, pero lo estaba. Hacía un mes escaso que había llegado a Bucarest tras su pista. Esa pasión suya por la música, entre otras cosas, le había llevado hasta él.

Se encontraba camuflada entre las sombras de un portal cualquiera de la avenida. Su vestimenta solo hacía que ayudar. Una fina camiseta manga tres cuartos escotada y negra, un underbust de piel negro y unos ajustados pantalones de cuero negro. Rematado con unas botas altas militares y la larga melena azabache suelta.

Finalmente le había encontrado. Le costaba de creer, después de casi un año de búsqueda. Le observaba, con el ceño fruncido y los ojos entrecerrados. Sin querer meditarlo demasiado, después de tomar una gran bocanada de aire para tranquilizarse y que los nervios no la traicionasen, sale de entre las sombras. A paso lento y decidido se dirige a su objetivo. Silenciosamente, se sitúa a su espalda y se agacha a la altura de su oído.

- Te… encontré, Kiefer Kirchner. – Susurra lentamente con tono gélido, el mismo que se puede apreciar en su mirada y semblante.

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Una tenua brisa de aire frío para intentar advertirle de que se de la vuelta, provocada realmente por unos pasos que se acercan a él y que él, obviamente, ignora...

Uno de esos errores de los que se arrepentirá después, porque la voz que escucha, susurrada, gélida... La conoce. Y le conoce. Claro que le conoce. Sus ojos, antes entrecerrados, van abriéndose, más, más, hasta el punto en el que la sorpresa ya es más que visible en su rostor, una máscara antes perfecta y ahora descompuesta y hecha pedazos.

Los latidos de su corazón, generalmente lentos, pausados, se aceleran y se tornan arítmicos, presa de un nerviosismo que no se esperaba por nada del mundo. Y es que no se esperab aoír esa voz nunca más en su vida.

No puede evitar recordar, como si de los fotogramas de una película se tratase, todo lo sucedido, es inevitable hacerlo, desde los buenos momentos hasta los malos... Y eso que aún no la ha mirado.

De hecho, no se mueve, apenas respira, sintiendo como el cigarro se le escapa de entre los dedos. Intenta hablar, y lo único que consigue a cambio es un balbuceo de niño:

-¿Q- qué... Cómo...? -Tantas preguntas, tantas respuestas sin dar y tano caos en suc abeza le impiden ordenar... Y aún así, no se gira, no se atreve a mirarla a la cara...

Porque su pesadilla, esa que le asalta desde hace años, acaba de materializarse...

Y su nombre, es Lianna.

Lobo Localización : Bucarest Mensajes : 46

Una sonrisa cínica y fría como un carámbano de hielo se dibuja en sus labios al ver ese desfile de emociones por su rostro. Lentamente se incorpora hasta quedar levantada y con la espalda recta, una pose quizá un tanto envarada. Da la vuelta al banco hasta situarse enfrente de él, con los brazos cruzados y la mirada fija en él.

Los recuerdos acuden a ella y la sacuden fuertemente, pero no deja que eso se refleje en su rostro. Se mantiene impertérrita, fría. Tenerlo enfrente después de tantos años… Empieza a pensar de nuevo que no es buena idea, que porqué habría desechado la opción de que otros fueran a por él cuando ella se negó en un inicio…

Rencor, dolor, pena, amargura, angustia, rabia… Todo eso era lo que sentía al verle. Quería gritarle, pegarle, reclamarle porqué hizo lo que hizo. Pero no estaba aquí por eso. Estaba aquí por la manada, no por ella. Y debía actuar según lo que debía.

- ¿Qué te pasa? ¿Ya te has olvidado de mí, Kirchner? – Pregunta con el mismo tono de antes, inclinándose para tomarle del mentón y hacer que la mire. Cuando lo consigue, lo suelta, como si el contacto con su piel le quemara. – Bueno, quince años son bastantes. Has tenido tiempo de sobras para hacerlo. – Aunque sabía la verdad, por como había reaccionado no la había olvidado, y ella no sabe como sentirse respecto a eso. Descruza los brazos, llevando uno a su cadera y el otro a su pelo, empezando a juguetear con un mechón.

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Años jactándose de sus barreras, de todas las corazas de indiferencia, chulería y faceta vividora y despreocupada, años de trabajo, para que con unas simples palabras de ella caigan desmoronadas como si de un edificio cochambroso se tratase.

Y lo que queda después de eso, es él, sin más, vulnerable y desnudo como si le acabasen de traer al mundo. No dice nada, ni siquiera se mueve cuando corazón y mente se enzarzan en una batalla por el control de su cuerpo.

Una parte, la de la mente, la consciencia y el raciocinio, le dicta que corra, que huya ahora que aún está a su espalda, sin siquiera pensar en si le va alcanzar, le va a seguir o se qudará donde está.

La otra, la del corazón, le indica que se quede, que afronte sus errores sus miedos, su mierda, que las supere y sea una persona distinta... Y lo peor de todo es que en mitad de esa guerra Lianna ya ha dado la vuelta al banco y le alza la cara, obligándole a mirar esos dos ojos azules tan parecidos a los suyos que antaño abandonó sin explicación alguna. Se estrmeece, un gesto sutil, apenas imperceptible y una mínima muestra de lo que le recorre por dentro. Cada palabra de ella es un latigazo que hace más cruda si cabe la pelea interior, un constante tira y afloja que, de momento, se lleva Lianna.

Como si fuese idiota, sin dejar de mirarla niega con la cabeza, no, no se ha olvidado de ella, ¿cómo va a hacerlo si es el principal motivo de su estado? Podía haber superado la cobardía de huir al no haber aceptado una imposición, incluso se había justificad con ayuda de personas que había conocido aquí... Pero lo que no podía perdonarse es la forma en la que se marchó, sin una palabra, sin una carta o explicación.

No hace nada más aparte de ese gesto, aún incapaz de hablar y con la garganta sumamente seca, las manos, flácidas, tendidas sobre el banco... Y es que ahora mismo parece que está muerto, si no fuese por lo fuerte que late su corazón.

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El silencio del chico la estaba poniendo nerviosa. Y esa cara… Como si hubiera visto un fantasma. Aunque quién sabe, quizá sí lo era. Un fantasma del pasado. Ambos lo eran, el uno lo era del otro.

Cuando el chico niega con la cabeza, ella siente un algo en la boca del estómago. El hecho de saber que no la ha olvidado la hace sentir un revoltijo de sentimientos que, por el momento, desterraba a otro lugar. Ella y lo que sintiera al verle era lo que menos importaba. Estaba allí con una misión y por su bien más valía que la llevara a cabo.

Baja la mano del pelo lentamente, acariciando con el dorso de la mano el corsé. Una vez ambas manos en su cintura, serpentea el torso, acomodándoselo y seguidamente empieza a tamborilear el pie contra el suelo, señal de su impaciente.

- ¿Te ha comido la lengua el gato, Kirchner? – Me deja los brazos en jarras, bajando las manos hasta su cadera y con los dedos apretados en torno a esta, para evitar que se notara el ligero temblor que le sacudía las manos. – Sé que no, si no fuera por tu voz no habría llegado hasta aquí. – Prosigue con tono gélido, haciendo alusión a su música. Gracias a su grupo y a ésta había conseguido dar con él.

Crispando los dedos alrededor de su cadera, masculla solo audible para sí misma. – No hagas eso, joder. – El silencio empezaba a enervarla hasta que termina resoplando y va directa al grano, sentenciante.

- Tenemos que hablar.

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Y es que no puede evitar seguir pensando que lo que tiene delante es una mera ilusión y no la cruda realidad. Pero viend esos ojos, su figura, su determinación, algo más airosa que la de antes sin duda alguna, todos y cada uno de sus gestos y su mera presencia terminan por invitarle a que lo acepte, a que sea capaz de sobreponerse a cualquier cosa y acepte algo tan simple como que Liann Schuldz está delante de él, pidiéndole explicaciones.

Las palabras de ella se enredan a él como alambres de espino, cercando su mente, su corazón y su alma con fuerza, impidiéndole al mismo tiempo e irónnicamente poder elaborar una respuesta a todo lo que ella va diciendo. Lo único que hace es clavar sus ojos verdes en los azules de ella, como indicándole que, en efecto, está tan desorientado que le resulta imposible hablar. No se percata del suave temblor de las manos de ella, del nerviosismo creciente en el interior de su ex novia, como demuestra cuando se acaricia el pelo. Realmente conoce todos y cada uno de sus gestos, con la cabeza fría y amueblada sería leer un libro abierto... Pero no la tiene fría, está ardiendo, y lo que antes estaba amueblado ahora es puro caos y descontrol. No es capaz de correlacionar ideas como generalmente hace, deduciendo que le ha encontrado por su música, que no le gusta ese silencio incómodo que se ha cernido entre ambos. Lo único que puede hacer, que le sale decir, es denegar su idea respecto a la frase más estúpida que Lianna ha dicho, la que menos importancia tiene:

-¿Qué...? -En efecto, no se la ha comido el gato, pero su voz sale grave, acongojada y, en cierto modo asustada... Kiefer tiene miedo, miedo de a lo que tiene que enfrentarse... Y ahora mismo, se ve como un niño perdido en mitad de un bosque, esperando a que la fauna depredadora se haga una cena con sus huesos.

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