Comenzaba a anochecer; el viento movía con suavidad las hojas de los árboles que la chica observaba casi con devoción. A veces la gustaría poder ser igual de volátil.
Continúa su pequeño paseo hasta llegar a uno de los bancos de piedra donde se deja caer con soberana calma, como si pudiera pasar el resto de la vida realizando aquel movimiento.
Igual de pausados son sus parpadeos, y toda la serie de gestos que realiza mientras permanece allí, haciendo gala de su elegancia en cada movimiento. En ocasiones incluso se siente ridícula con tan buenos modales y llevando ropas tan singulares como las que se ha acostumbrado a vestir últimamente. Niega con la cabeza pensando qué diría su madre si la viera con aquellos vaqueros llenos de agujeros por los que asoma su piel blanquecina, en lugar de todos los vestidos y demás cursilerías que han marcado parte de su vida.
-Estupideces- masculla, rodando los ojos como si estuviera manteniendo una discusión con alguien.