El cielo era todavía claro y los rayos de sol se filtraban por las pocas nubes que lo ocupaban. Salí de casa con el único motivo de correr un poco, ya que cualquiera que se dedicara a explorar o a cazar lobos y estuviera en mala forma podía considerarse prácticamente muerto.
El bosque me pareció un lugar estupendo para hacerlo, y ya solo por costumbre, una pequeña daga de plata se encontraba en el bolsillo de mi chaqueta blanca por la que se podía entrever una camiseta azul oscuro, perfectamente conjuntada con unos pantalones pegados de chándal negros.
No creía estar preparada para ver lo que vi. Stephan, mi antiguo amigo, aún miembro de la hermandad artemis, se encontraba delante de mí, ya con un cuchillo en mano. Seguramente me había oído llegar. No quería decir que no me alegraba de verle, pero me traía demasiados recuerdos de los que llevaba intentando evitar desde que me fui de Artemis. No quería ni siquiera pensar que él pudiera llegar a contarle que me había visto a mi hermana y ella empezara a buscarme.
Por otra parte, decidí que él ya me había visto y que lo que fuera a pasar ya sería difícil de evitar, así que me acerqué un paso más a él y sonreí levemente. No tenía intención de desvelarle que ahora me había convertido en una furtiva, y tampoco quería hablar de cómo seguía la hermandad ni de por qué no pensaba volver nunca más a ella, así que como no sabía de que hablar sencillamente me quedé callada, a unos pasos de él.