Con el pie izquierdo (libre)

Recorre la avenida como una bala, sin pararse a mirar el contador de
velocidad de su moto. Está cabreada y es uno de esos momentos en los que actúa sin pensar.
El viento da de lleno en su cara, revolviendo su pelo en todas direcciones y dificultándola la visión, hasta que un giro hacia la avenida hace que un arrebato de cordura la obligue a parar. Tiene que hacer una llamada a casa de una vez por todas.
Deja las ruedas marcadas en el asfalto de un frenazo seco y se baja con un ademán de quitarse el casco cuando cae en la cuenta de que no lo lleva, y ni siquiera se había dado cuenta.
Ríe para sus adentros, en cierto modo decepcionada consigo misma y se acerca a un banco de madera, dejándose caer sin más miramientos mientras saca el móvil y una cajetilla de tabaco de su cazadora.
- No puede ser...- palpa el resto de sus bolsillos y comprueba con acierto que no lleva mechero. Gruñe al aire y cruza las piernas, echando el cuello hacia atrás y perdiendo las pupilas por el cielo.
Definitivamente no estaba siendo un buen día para ella, y cada día que pasa en esa ciudad se siente más aislada de todo lo que creía conocer.
Observa la pantalla del móvil parpadear segundos antes de que la batería avise que no durará ni un segundo más encendido y resopla con desdén, aceptando la mala suerte que tiene a veces.

Serían cosa de las once de la mañana y sus manos se aferraban con seguridad al volante de su plateado Aston Martin, un coche que cruzaba la avenida a una velocidad prudente, sin precisas fardar de motor. No era pertinente empezar el día con una multa de tráfico ni con una vieja estampada en el parachoques de su preciado coche. Sus ojos del mismo color que la chapa metálica del vehículo lucían de forma apagada, centelleando con intensidad cada vez que un perdido rayo de sol se colaba a por el cristal e impactaba de forma cegadora en sus irises color asfalto. Gruñó ligeramente y aparcó en doble fila cuando una moto, o lo que parecía serlo, se le adelantó de forma imprudente, logrando que diera un volantazo indeseado.

Golpeó con fuerza la puerta al cerrarla. Podía ver esa moto detenida unos metros más adelante, con la rueda traser humeando y una cicatriz en forma de derrape en la carretera. Frunció el ceño, molesto y se acercó al imprudente conductor, sin reparar en que esas curvas enfundadas en cuero negro solo podían pertenecer a una mujer. Se detuvo a su lado y se cruzó de brazos, mirándola con aspecto maduro, serio, algo altivo y bastante cabreado. Imponente como de costumbre, el cazador de la Esvástica. Perfiló con su felina mirada esos fastidiados rasgos faciales marcadamente femeninos. - ¿Os habéis percatado de que conducís como alma poseída por el diablo? - Se limitó a susurrar sin alzar el tono de voz. A lo mejor la había visto en la central, pero no caía en la cuenta. Miró su cigarrillo y dedujo de un modo sherlokiano que carecía de mechero. Sacó su zippo y se lo tendió con desdén.

-Sorpréndeme- espera a que hable, pero en realidad y pese a estar divirtiéndose, no termina de estar plenamente a gusto. Sigue habiendo algo en él que no deja que sus músculos se relajen, así que permanece sentada aparentando la más áspera de las indiferencias que camufla un estado de ánimo que oscila entre la curiosidad y la inquietud...cosa que se incrementa cuando dice su apellido, claro.
Rápidamente y como si hubiera sido algo que debería haber hecho antes, se levanta de golpe, rígida y más tensa de lo que hubiera convenido.
Para ella la identidad es lo más preciado que tiene una persona. En el momento que eso se descubre, considera que una parte de sí queda descubierta, vulnerable. Y más aún si ella no tiene ni la más mínima idea de quién es él.
- Vaya vaya... vaya- habla serena, de forma pausada para ganar tiempo, y con un visible desconcierto en sus ojos- ¿qué tenemos aquí?- ladea nuevamente la cabeza- ¿te dedicas a investigar a todos aquellos que pueden estar cerca de ti en algún presunto momento o... es casualidad que justo te hayas ido a topar con mi nombre en algún informe?- esboza una sonrisa mordaz que muestra con desdén, dejando atisbar un principio de rabia que mastica antes de escupir las que cree que son sus últimas palabras hacia él- bien... ahora ya sabes quién soy, tienes vía libre- y con un leve ademán señala hacia la carretera- espero que no hagas lo mismo con todo el mundo - espeta- invadir la intimidad de las personas sin su consentimiento puede acarrearte ciertos...problemas.
Se muerde la lengua. Hay demasiadas cosas que quiere preguntarle, empezando por su nombre y terminando por... no sabe muy bien por dónde terminaría. Su afán de conocerlo todo a veces la puede. Y sin embargo, se queda callada mirándole, y saboreando una pequeña frase que siempre la decía su hermano... no hay mayor desprecio que no hacer aprecio.

- Calma, fiera. - Susurró al viento, a sabiendas de que el mismo llevaría su susurro hasta los oídos de esa hermosa pero venenosa rubia. El sol acarició la piel de ambos y esas habras doradas de la mujer ondearon gracias a o por culpa de una suave brisa de ciudad. Una vez más había dado justo en el clavo, la identidad. ¿De verdad la gente le daba tanto valor? Emmanuel desde luego que no, solo era eso, una etiqueta más. Las etiquetas de un envoltorio en el que nadie osaba escarbar en el supuesto caso de que por fuera ya fuera -válgase la redundancia- hermoso.

¿Era Emmanuel hermoso? No lo sabía, tampoco pensaba juzgarlo, pero recuerda que tiempo atrás lo fue. Los años no perdonan, pero tampoco era hombre que temía un par de canas en la barba. - No tengo intención alguna de ir predicando tu nombre, más que nada porque a nadie le interesaría. - Prosiguió apoyando ahora en la puerta, observándola levantada. Ella podía ir de persona fría e insensible, pero la verdad es que estaba cagada de miedo y las dudas la asaltaban. - Y por si te interesa, solo investigo sobre aquellos que considero interesantes o peligrosos. Siéntente halagada o no, es tu decisión. - Se frotó la barba de nuevo y la miró sin aparente diversión. No deshechaba la creencia de que le gustaba bajar los humos a la gente, pero tampoco le gustaba mostrarlo.

Carraspeó con tal de aclararse la garganta y volvió sus ojos a los de ella, teñidos de un mar confuso y con algo de miedo. Su rostro masculino denotaba serenidad por cada uno de los poros de su piel maltratada por el sol. Algunos golpes y cortes le otorgaban cierto aspecto a personaje de acción de un film americano. ¿Lo era? Averiguadlo. Parpadeó lentamente y ladeó la cabeza hacia el otro lado, haciendo una mueca dado que el sol le daba de lleno en los ojos. - Wulff - Se limitó a dejar caer como si nada. Si de ese modo apagaba su miedo, que así fuera.

Las palabras caen sobre ella como un jarro de agua fría que la despierta de su estupidez. Durante unos breves segundos se permite el lujo de desconectar de todo lo que la rodea para maldecirse a sí misma; nunca suele mostrar miedo o sorpresa, y ahora acababa de dejar ver las dos cosas a la vez.

- No lo entiendes, ¿verdad?- su expresión se torna más dócil, pero aun así sigue en su línea- lo que me preocupa no es eso- parpadea inquisitivamente, intentando detectar alguna expresión diferente en él- es solo que... una vez que tienes el nombre, descubrir algo más se vuelve una tarea fácil y.. quién sabe, incluso ridícula-sacude la cabeza- dime... Wulff, ¿qué sabes de mí?

Era curiosidad en estado puro, nada más. De hecho todo lo que ha podido descubrir de ella es incluso divertido, o al menos eso estima. Su vida la produce risa, desde el principio hasta el día de hoy.
- El pequeño problema- se apresura a aclarar- es que no suelo encontrarme con desconocidos que me dan fuego y dicen saber quién soy- el viento remueve su pelo y la obliga a retirarlo con una mano- aunque claro está, tampoco suelo encontrarme con desconocidos que me califiquen de interesante o peligrosa sin ni siquiera haberme visto antes.

Guarda silencio, dejando las tensiones a un lado y negando levemente con la cabeza mientras le da un último repaso.
- Me resultas... curioso- concluye.

No lo entiendes, ¿verdad? dijo ella. ¿Qué se suponía que era lo que no entendía? Frunció ligeramente el ceño y su frente se cubrió de pequeñas arrugas horizontales que permanentemente yacían posadas ahí, señal de madurez, señal de reflexión, señal de edad. Quién sabe. La siguió mirando con serenidad y sin mostrar nada fuera de lo común en él. Le gustaba cubrirse de ese halo de misterio. Le gustaba hacer creer a la gente que nadie podía quebrarlo, porque ya estaba totalmente quebrado. Pero claro, eso nadie debía saberlo. - No sé nada que no quieras que no sepa. Palabra. - Resumió alzando un poco las manos por encima de la puerta abiera que los separaba, a modo de declaración de inocencia.

Se permitió el lujo de curvar el extremo derecho de los labios hacia arriba para dibujar una media sonrisa que yació camuflada entre barba del mismo color que el asfalto del suelo. Gris. Todo él daba una imagen gris. Hasta su traje era gris oscuro, pero gris. ¿Triate? ¿Serio? No, solo gris. Se separó un poco de la puerta cuando ella siguió hablando y la cerró acompañándola con la mano sin despegar sus ojos de su figura. - ¿Curioso? - Puso émfasis en dicha palabra. - ¿Curioso de eres-un-bicho-raro o curioso de sería-interesante-acostarme-contigo? -Bromeó sin sonreír. Al acabar y ver su expresión movió la mano para restarle importancia. - Deja deja, bromeo. - Se acercó a paso extremadamente lento, ojeando que no pasaran coches por mitad de la carretera. Quedó de pie delante de ella.

Sus caros zapatos italianos pisaron el asfalto de la carretera a medida que se acercaba a la extremadamente delgada rubia de ojos azules. Apenas parpadeó, sencillamente siguió de soslayo la zona en la que esos magicos ojos celestes se posaban. Un gato, muy ingenioso. Siguió el avance hasta detenerse a metro y medio de ella. La distancia justa. Ni cerca, ni lejos. Hunde la mano izquierda en el bolsillo de los elegantes pantalones y la mira con esos ojos color plata que roban cordura a cuantas osan perderse en ellos. Sus pupilas se pasean por el rostro de ella mientras la mujer en cuestión habla y habla, soltándole una banal definición de la palabra curioso. Sí, una escena peculiar.

Asiente cada vez que ella termina una frase, casi a modo de mofa, demostrando que realmente es tan implacable como ella puede haber creído que era en un tierno inicio. Mira fijamente esa pequeña mano femenina tendida hacia él y, por contra de darle un mechero, se agacha y la toma con su mano diestra para posar un beso en el dorso de la misma. - ...un placer - Acabó la frase de ella, substituyendo el burlón 'deberías dejarme el mecher0'. Educación ante todo, señores, educación ante todo.

Obviamente no pasa por alto el repaso visual que la está haciendo, y siente como si un gran peso se evaporara cuando él se vuelve en dirección contraria, deshaciéndose de sus ojos.
- Haces bien en no darme las gracias, de hecho lo odio- estudia la trayectoria de los coches que pasan cerca de ellos, las marcas, los arañazos que han hecho saltar la pintura, y la gente que va dentro de ellos. Memoriza casi sin quererlo algunas matrículas y se queda con datos insignificantes como el color de la blusa de la señora que iba de copiloto en el wolsvagen, o los ademanes de discusión de una pareja que iba a una velocidad relativamente pasada de la raya.
Resopla con resignación volviendo a ocupar su vista en él, aunque esta vez pasa por alto la sonrisa.
- Creo que tienes un concepto algo... distorsionado de mí- le da la espalda y comienza a andar siguiendo la línea que une unas baldosas con otras- quiero decir que no voy por ahí golpeando a gente que me saca una cabeza- gira sobre sí misma, siguiendo la línea paralela a la que había recorrido y vuelve a ocupar su posición frente a él, aunque un poco más desplazada hacia la drecha- ni a los que soy yo quien les supera en altura- introduce su mano en la cazadora y saca un boli del bolsillo interior.

- Va a llover- musita sin venir a cuento, retorciendo su melena en un moño y reteniéndola con el boli tras hacer un par de florituras

La oportunidad que estaba esperando llegó de súbito, y se esfumó con la misma rapidez; llevaba tiempo haciendo gala de su paciencia, a expensas de un gesto volátil que dejara al descubierto una parte de aquel hombre que parecía ser la mismísima encarnación de la serenidad, y sin embargo ahora que él se había permitido emitir un leve suspiro, Marloes ni siquiera sabía con certeza qué es lo que estaba viendo.

Tal vez un pequeño gesto de debilidad, o la muestra de cansancio de alguien que ha tenido un día agotador, supone, aunque hay demasiadas expresiones concentradas en su rostro como para quedarse con una concreta. Chasquea la lengua casi de forma imperceptible tras darse cuenta de que con él, la fácil tarea que para ella suponía leer entre líneas los gestos ajenos, se tiñe con un matiz de complicados enredos.
-¿En qué piensas?- no suele hacer ese tipo de preguntas por la sencilla razón de que nunca la hace falta, pero la pregunta se escapa por sus labios sin poderlo evitar, presa del desconcierto que sentía al mirarle.