Supongo que era el final que mi historia merecía... {Privado}

Ahí estaba. Tirado en el suelo. Tratando de zafarse de forma inútil de esas ocho manos que se empeñaban en atarlo y amordazarlo con cuerdas duras que se clavaban en su pelaje, provocando leves heridas por culpa o a causa de la inevitable fricción en cada una de sus casi libertadoras sacudidas. Sus ojos color Winnie the Pooh brillaban vidriosos, cubiertos por una capa de líquido que se asemejaba -por no decir que eran- lagrimas. No lloraba de dolor, ni de tristeza, peroi sí de rábia. Impoténcia. Humillación y desespero. Mucho desespero. Demasiado desespero. Esos estúpidos humanos le habían dado caza finalmente. Esos estúpidos humanos habían visto la mirada con destellos sospechosos de inteligencia en ese lobo de pelaje castaño y no dudaron en apresarlo de un simple disparo en una de las patas delanteras y unos cuantos placajes dignos de la liga australiana de rugby. Su mirada perdió nitidez a medida que los segundos concurrían. El tiempo se agotaba al mismo tiempo que sus músculos dejaban de recibir potentes espasmos para tratar de liberarse. Y sí, su fuerza ya flaqueaba...

Eso era cierto solo en parte. Físicamente habría podido con esos cuatro hombres, a duras penas con la pata herida, pero habría podido... mas había algo que le impedía seguir luchando. Un sentimiento. Algo tan pequeño y a la vez tan fuerte como un sentimiento. ¿Tristeza? ¿Nostálgia? Autcompadecimiento. Sí. Era eso... se daba pena a sí mismo por todos y cada uno de los sucesos que había protagonizado. Por no haber podido estar a la altura de las exigencias de su padre. Por no haber sido capaz de aceptar los sentimientos y voluntades de su madre. Por no haber podido detener ese sentimiento de atracción por Mia -su prima y futura segunda esposa de su padre-. Por todo aquello y más ahora aceptaba con resignación que había llegado, tal vez, su hora.

Llovía. Y hacía frío. Pero eso en el mundo paralelo de Suzette era algo maravilloso, digno de celebrar. Por eso la joven cruzaba la ciudad a paso lento, sin molestarse en absoluto por su cabello y su ropa que, empapados, se adherían a su cuerpo. El frío era algo que nunca le había afectado y la lluvia era para ella un respiro, algo que limpiaba todos y cada uno de sus problemas, al menos durante un rato.
Su paseo sin rumbo acabó por llevarla al bosque, donde tan solo se escuchaba el repiqueteo de las gotas de agua al caer. Paz, tranquilidad, y agua. Perfecto.

Pero la perfección no existe, y los pocos minutos que podemos disfrutar de algo parecido a ella no duran demasiado. En este caso su proyecto de paseo perfecto fue interrumpido por lo que se habría apostado un pie a que era un disparo. Y Suzz salió corriendo. Pero no hacia la ciudad, sino hacia el lugar del ruido. Ya se sabe, curiosidad. Además de que no creía que pudiera hacerle demasiado daño fuera lo que fuera.
En los minutos que tardó en llegar pudo escuchar además una serie de gritos, golpes y...aullidos. Y aunque hacía semanas enteras que no lo veía, podría haber conocido esa voz, en cualquiera de sus formas, y en cualquier lugar, a kilómetros de distancia.
Su primer impulso fue dar media vuelta y alejarse de allí, haciendo caso omiso a lo que parecía ser una pelea. Pero simplemente no podía. Algo iba mal, y lo sabía.

Frenó en seco, derrapando en el barro mojado, y se asomó entre los árboles y matorrales para ver qué coño estaba pasando. Preferiría no haberlo visto. O no. Sus ojos azul prfoundo se posaron en la figura de un lobo sobre el que ocho tipos como armarios prodigaban golpes por doquier, atándolo con cuerdas. Pero no era el hecho de que "él" estuviese atado lo que le preocupaba. Era el hecho de que no parecía hacer nada por evitarlo. Y no podía estar muerto. Simplemente no podía ser. Pasara lo que pasase tenía que ayudar. O no, pero ayudaría. Era una idiota, una estúpida, y una ingenua. Y no podía dejarlo así.

Cerrar los ojos. Concentarse. Suplicar porque al niño no le pasara nada. Aullar de dolor mientras sentía que su cuerpo cambiaba. Lo mismo de siempre.
De un salto un lobo de pelaje blanco como la nieve, salpicado de barro por algunas zonas, cayó sobre el primero de esos tipos. Posiblemente era un suicidio. Al menos moriría junto a él, aunque él no lo supiese o le diese igual.

Sus ojos amarillos resultaban prácticamente imposibles de ver dado que tenía los párpados entrecerrados. Sentía esas ásperas cuerdas marcar su cuerpo cada vez de un modo más agresivo. Esos humanos parecían disfrutar con el sufrimiento que el animal se esmeraba en reprimir bajo un semblante indescifrable del que no se podía extraer otra sensación que resignación. Sí, se acababa de rendir. Del todo. Sus párpados cayeron del todo cuando todo lo que le rodeaba perdió de forma más acentuada su nitidez. No sabía si eran las gotas de la lluvia o sencillamente estaba llorando. No. No quería llorar. No podía llorar. Tenía del todo claro que ese podía ser su fín. Es más, estaba seguro y plenamente convencido de ello, ignorando por completo la presencia de una sexta persona en la escena. Todo se sumió en una dolorosa oscuridad. Bloqueó la mente de modo que solo podía oir los latidos de su propio corazón, de modo que se limitara a ignorar los comentarios de los hombres referentes a la bestia y su captura.

La lluvia repiqueteaba en su cuerpo de forma incondicional y casi como si quisiera fusilar ese ahora débil cuerpo animal. Un lobo herido y atado. Una vida ahogada. Un sentimiento muerto. Unas esperanzas que se borraron con el paso de los segundos. Una mirada que perdió el brillo. Unos músculos que se relajaron dispuestos a recibir el golpe de castigo. Una patada en su lomo. Un gruñido de dolor camuflado entre flashes y estruendos del cielo. La tormenta parecía no querer parar, del mismo modo que esos hombres parecían dispuestos a hacer una danza alrededor de la presa. Su presa. Jeremmy, el Alfa Junior de la gran manada. El que se suponía que debería heredar la manada. El mismo cuyo padre negó apoyo y denegó responsabilidad. Ese era uno de los motivos por el que se rendía. Si su tarea en esa vida no era otra que la de matar el tiempo, ¿porqué no matarlo antes el tiempo a él? El tiempo lo dudaba, pero esos humanos tenían los ojos inyectados de deseo, y no carnal, precisamente. Deseos de despellejarlo. De forzarlo a rebelar su naturaleza. Eso sí que no. Se dejaría arrebatar la vida, pero antes que rebelar su naturaleza y poner en peligro a los demás... antes de eso se arrebataría la vida él mismo.

Un rugido macabro logró que esos ojos color miel se abrieran de golpe y encontraran, ni más ni menos, que a esa loba blanca. Esa hermosa loba blanca apareció de la nada... con esos ojos azules tan mágicos. Se veía más imponente de lo normal enseñando los colmillos e iluminada intermitentemente por centelleantes flashes de luz más comunmente llamados relámpagos. Era un suicidio. ¿Suicidio? ¿Salvación? ¿Estaba loca!? La lluvia empezó a ametrallar con más decisión los cuerpos de los presentes cuando la loba empezó la ofensiva. El cielo se estremeció y lo acalló todo con un poderoso trueno que los dejó con un pitido en las orejas varios segundos... Solo pudo gruñir. Fué un gruñido débil en señal de que se fuera. Aunque, más bien sonó a orden. ¡Largo! ¡Vete! ¡Van a matarte! ¡Son demasiados! Gritó con la mirada a la loba de ojos azules, dudando seriamente de merecer su atención.

Cielo y ámbar. Las miradas de ambos se encontraron en el pequeño instante de clama que la repentina aparición de la loba les proporcionó. Los ojos de él gritaban que se largara de allí, que no la necesitaba. Que no la quería. Tal vez que no quería le le hiciesen daño. Pero le daba igual, no pensaba largarse. No sabía a qué jugaba Jeremmy, pero no le importaba. Lo iba a sacar de allí. Y si no lo lograba... nada.

Aprovechando el factor sorpresa se lanzó sobre el cuerpo atado del lobo y con un movimento rápido de sus garras rasgó gran parte de las cuerdas que lo amarraban. Solo esperaba que ayudase. Ella sola no podría con esos tipos. Y además odiaba hacerle daño a la gente, por mucho que fueran unos humanos monstruosos que habían apresado a una de las únicas personas que le importaban realmente. Aunque éste también fuera un humano monstruoso.

Dejó que de su garganta saliese un sonido grave, sin apartar la mirada del cuerpo del otro lobo para indicarle que moviese el culo. Un rápido vistazo le bastó para detectar un agujero de bala en una pierna y miles de golpes desperdigados por toda la superficie del cuerpo de Jer. Estaban jodidos. Tendría que haberse largado. Pero no se lo habría perdonado jamás.

Oro y mar. Cielo y miel. Pitufo y Winnie the Pooh. Los colores de sus miradas se mezclaron en una vorágine ciertamente desconcertante que, al menos a Jeremmy, logró revolverles el estómago y encogerles el pecho como si pudieran sentir toda la presión de el mundo sobre sus espaldas. Jamás le había pasado eso al Silverfang junior, pero no era el mejor momento para preocuparse. Estaba atado y aparentemente indefenso. Seguía mirando, con ojos entrecerrados y mandíbulas milimetricamente encajadas, esa imponente loba de pelaje color nieve. ¿Qué coño estaba haciendo? ¿Porqué diablos salía a su defensa cuando representaba que fuera de la cama jamás le había querido ni dirigir la palabra para otra cosa que no fuera reprocharle mil y una cosas? Eso le hizo fruncir el ceño. Los hombres retrocedieron un par de pasos ante la aparición del segundo miembro de la supuesta e hipotética manada de bestias.

Suzette se limitó a moverse con esa precisa elegancia que la caracterizaba y, de forma más veloz de la esperada, le cortó de un sonoro mordisco las cuerdas carceleras mientras la lluvia repiqueteaba de forma cruel y casi dolorosa en sus cuerpos ardientes. Ahora Jeremmy debería levantarse y colocarse a su lado para luchar o para emprender una huída con ella pisando sus talones. Pero no se movió. Siguió con las orejas gachas y el cuerpo tumbado y enredado entre las -ya destensadas- cuerdas. Apoyó el mentón en la fría y húmeda hierba y negó una sola vez con el morro para entrecerrar los ojos mirando hacia otro lado. Ya ni le dolía la herida que sangraba... solo le dolía el pecho, y no era de los golpes. Si se arrepentía de una cosa era de que Suzz hubiera aparecido para presenciar su cruel despedida... solo eso...

Jeremy observó como la lluvia y el viento mecían esas briznas de hierba de colores ciertamente apagados. Parpadeó y acabó por dejar caer los párpados, sumiéndose en esa inquietante oscuridad de nuevo. La noche seguía cayendo lentamente del mismo modo que la lluvia helada empezaba a dibujar las siluetas de sus cuerpos, apegando sus pelajes y sus indumentarias -en el caso de los humanos- a sus respectivas siluetas. Su mente le decía que no hiciera nada, mas su corazón le pedía a gritos que dejara el rollo mártir a un lado para poder luchar, para poder ser hombre, para poder ser digno de ser un Alfa. Y es que ¿qué era un Alfa sino aquél que hacía lo imposible para ayudar a los suyos? Solo había un pequeño error. Él no se sentía como un Alfa, él no era un Alfa... solo era el hijo de uno de ellos. Y eso, sí, le jodía como lo que más.

Bang. Un disparo. Abrió los ojos y se alzó en décimas de segundo, sin marearse siquiera. Su mirada dulzona como la miel se saló en un solo segundo hasta volverse tremendamente amarga y enfurecida. Esas pequeñas orbes doradas empezaron a reflejar las llamas del más cruel de los infiernos mientras sus labios se separaban para mostrar sus perfectos colmillos de macho ya adulto. Nadie... y repito, nadie, podía tocar a alguien que le importara. Y Suzette, afortunadamente o no, entraba en esa categoría y tenía un lugar privilegiado en su ranking, por así decirlo.

Dos segundos fueron suficientes para que, ignorando el dolor de la pata, sus músculos vibraran y tardaran menos que nada en ponerse en marcha para saltar a la yugular de aquellos, propiamente llamados, cazadores. Usó los dientes para arrebatarles de forma salvaje las armas, saltando de uno a otro como si fuera un juego de cachorros, solo que substituyendo la diversión por la ira, el brillo alegre de la mirada por una expresión de auténtico odio y cambiando la compasión por la locura. Guturales gruñidos y aullidos salían de lo más profundo de él mientras luchaba con su todo contra su nada... ahora o nunca. Era hora de ser un Alfa. Era hora de ser el Alfa.

A los pocos minutos reinó el silencio. Su pecho peludo se balanceaba sumido en un repetitivo movimiento pendular. Inhalar. Exhalar. Inhalar. Exhalar... Poco a poco fue recuperando la conciéncia sobre sus actos y contempló sus garras ensangrentadas sobre el pecho ya desnudo y empapado en lluvia y vísceras de uno de los hombres. Sus ojos ambarinos se movieron de forma lenta por la escena mientras sentía como de repente su cuerpo pesaba más de lo normal. Un disparo retumbó en la escena confundiéndose con uno de los truenos que sacudían a la misma de fondo ¿Serían remordimientos? ¿Sería cosa del pelaje empapado por la lluvia? ¿Sería que no aguantaba más en pie?... No tenía ni idea. Pero cayó. Se desplomó tras retirarse de encima del supuesto cadáver. Le dolía horrores el pecho. Quedó tumbado en la hierba mientras sentía como poco a poco se le nublaba la vista, teñiéndosele todo de carmín. Le costaba respirar... ¿Qué ocurría? Al estar tan sumamente descolocado, movido por un sentimiento de ira que no os podéis ni imaginar, no había caído en que esa bala perdida le acababa de crear un vacío en el lado derecho del pecho -lado contrário al corazón-. La lluvia acariciaba con violencia su cuerpo, como si quisiera espavilarlo, pero todo se ensombrecía por momentos... todo se desvanecía... la lluvia se volvía silenciosa... sus párpados se cansaban de estar abiertos... Suzette ya estaba a salvo... no merecía la pena seguir luchando... no tenía fuerzas para hacerlo, ya no.

Morder. Arañar. Morder. Morder. Aplastar. Devorar. El cuerpo de Suzette se movía de manera mecánica siguiendo las instrucciones que su cerebro enviaba a los músculos, sin tener en cuenta lo más mínimo a su conciencia. Aunque sin duda era mucho mejor pues ésta se encontraba asqueada y odiándose a si misma en el rincón más lejano de su mente.
La menguada conciencia se dignó a hacer acto de presencia cuando el último de esos hombres dejó de respirar, para hacerla volver a la realidad.
Sabiendo que no podría soportar la visión de esos cuerpos mutilados y destrozados decidió concentrarse en lo único que merecía la pena de todo eso. Él. Sus ojos del color del mar buscaron a Jeremmy en medio de todo ese desorden con urgencia, hasta que se posaron en el cuerpo del lobo, derrumbado en el suelo.

De un salto se colocó junto a él, y con las pocas fuerzas que le quedaban se concentró en volver a su forma humana. Jadeante, empapada, y ensangrentada, la joven rubia sustituyó a la loba blanca apara buscar la mirada de Jeremmy casi con desesperación.
- Jer... por favor - su voz era apenas un susurro mientras sus manos cubiertas de sangre acariciaban el pelaje del lobo con suavidad, haciendo caso omiso a la herida sangrante que el primer disparo había provocado en su hombro. No podía acabar así. No podía ser, se negaba a ella.