Jeremmy Silverfang Alfa Junior
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| Tema: Re: Evadiéndose en el Infierno (Jeremmy) Miér Abr 28, 2010 4:08 pm | |
| Jeremmy siguió mirando ese cuerpo tendido bajo su varonil cuerpo pesado. Apoyó un lado de la cadera hacia la zona del respaldo, ladeándose con tal de no chafarla y dificultarle más la respiración de lo que se la dificultaba ese estrecho corsé cuyos cordones ahora yacían temblorosos entre las manos del alfa junior. El mismo que se entretenía apegando sus labios al cuello de ella, besándoselo con necesidad y lentitud a la vez, con deseo y temor asimismo. - Yo no estaría tan seguro... - Podía sentir su corazón extremadamente acelerado como pocas veces lo había estado. ¿Qué diablos le estaba ocurriendo? Eso que sentía no podía ser amor. El amor no existía, sus padres y medio mundo se lo había ido inculcando firmemente desde el inicio de su miserable existencia. ¿Podía ser que todos estuvieran equivocados? Podía ser que sí, podía ser que no. Independientemente de ello, sus entreabiertos labios dibujaban ese amorfo sentimiento en la piel de ella, mientras su cálido aliento era exhalado en esa misma zona humedecida y extremadamente erógena. Podía sentir los escalofríos de esa fémina, y le gustaba tanto que en ese preciso instante supo que podría hacerse adicto a ellos. Su áspera lengua salió de nuevo, de entre esos labios y masajeó desde el inicio de su hombro hasta rozar el lóbulo de su oreja, trazando un eterno camino por todo su pálido cuello de cisne. ¿Por qué lo hacía? Realmente él nunca había hecho eso. A esas alturas, sabiendo que la loba estaba excitada hasta unos parámetros desconocidos por algunos muchos desafortunados, ya la habría forzado a devolverle el favor. Pero no lo hizo. No se sintió con valor de detenerse. Necesitaba hacerla gemir de placer. Hacerla llegar a la cima del monte placer sin necesidad de llegar a tocarla con sus manos. Pero por otro lado ansiaba poder ver ese desnudo cuerpo perfecto solo para él, deleitando solo sus sentidos. Y no solo eso; quería que lo hiciera como mujer, y no como prostituta que era en aquél entonces. Quería que se entregara a él por que quisiera, no porque él lo reclamara, no porque él lo necesitara desesperadamente -que lo hacía- sino por iniciativa propia. La luna los seguía mirando altivamente desde el centro de un oscuro techo carente de estrellas. Notaba sus sienes palpitar de modo descarado cuando con una mano, la que no jugueteaba con los cordeles del corsé, se tomó la libertad de alzar el cuerpo de ella y rodearla de la cintura para tenerla más cerca. - Me tomaré la libertad de desatarte las alas... - Siseó a su oído. Podía oler su excitación. Podía percibir las primeras gotas de sudor. - … para que puedas volar libre, temblorosa golondrina - Podía apreciar su nerviosismo. Podía palpar su agitada respiración bamboleante. Y sí, podía degustar su pálida piel a placer. Sus dientes rozaron el lóbulo de su oreja y sus dedos agarraron los cordeles para irlos aflojando al sentir como si de ese modo liberara de mucha presión a la mujer que, ya con total seguridad, yacería sin llegar a perecer esa eterna noche con él bajo una luna grafiteada en el cielo de yeso. El corsé se derrumbó ante su intermitente mirada mientras su mano aún la mantenía aferrada en un excitante abrazo, convirtiéndola a ella en su presa. Presa, presa. ¿Sorpresa? Por sorpresa la que se llevó Jeremmy cuando, tras liberarla, comprendió algo muy simple y complejo a la vez: El amor existía, y no solo eso, dolía. Cerró los ojos con fuerza y dejó que el corsé se asemejara a una coraza abierta en canal. Admiró esa desnuda espalda y, con la mano que lo desató, acarició esa marcada columna vertical y resiguió su tatuaje con las yemas de los dedos. Todo él se quedó en una especie de trance del que solo se libraba una latente entrepierna que no parecía dispuesta a no recibir las atenciones de unos femeninos labios pintarrajeados de color carmín. La estrechó contra su cuerpo y besó con decisión su hombro, una vez más. - ¿Y ahora qué…? - Osó preguntar, dándole la libertad de que ella escogiera cómo recibir sus humildes atenciones de gigoló enamorado cual adolescente con hormonas descontroladas. Su corsé seguía pegado a su delantera, aún capturando sus senos gracias a o por culpa del abrazo que aún la amarraba cual barco al muelle. | |
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