Le chat blanc [Sylvie, Didier]

Lobo Mensajes : 99

La plaza comienza a estar abarrotada aquella mañana de lunes, asfixiada por el ir y venir de los viandantes somnolientos que desearían quedarse entre las calentitas sábanas antes que exponerse a un cielo de nubes grises, anaranjadas y rosadas de las cuales caen suaves y fríos copos de nieve, llenando con una aún fina alfombra blanca Bucarest. La cara de la mayor parte de los paseantes es taciturna, mientras sin demasiado éxito se esfuerzan por abrigarse y soplar sus manos en busca del calor; o, también común, muestran la más extraña de las sorpresas, al comprobar que hay al menos una figura, una desconcertante figura, que no responde a los patrones habituales del ser humano ante el frío.

Parece un gato blanco en medio de una familia de coloridos felinos; el más tranquilo y sereno de su especie, sin duda el más astuto y observador. Dafnée, ataviada con sus andrajos blancos y remendados que le dan el curioso aire victoriano de muñeca de porcelana abandonada a su suerte, se dedica a echarse sobre el frío borde de la fuente, dejando que sus dedos naveguen dentro de las heladas aguas como si no sintiese el frío. Debe sentirlo, sin embargo, a juzgar por la piel de gallina que muestra su encorsetado top victoriano de mangas anchas con encaje, o la piel nívea de sus muslos que se deja ver más allá de la extraña falda fabricada con remiendos blncos, beiges, rojos, negros... o sus curiosos calcetines a rayas, o sus ajadas botas militares. El tenue sol de aquella mañana de invierno se refleja en su asalvajado cabello, recogido en una media cola de caballo y ahora aderezado con los copos blancos que lo humedecen. Sus ojos soñadores contemplan las aguas, abrazada como está al estuche negro que siempre la acompaña.

Por fin se endereza, apoyando las manos, cubiertas por mitones, en la roca, y arqueando mientras lo hace la espalda de un modo sinuoso, felino y fascinador; un gesto elegante y seductor que le sale sin pensar, nacido de su innata manera de moverse. Mira a su alrededor y luego abre el estuche, apoyándolo previamente sobre sus rodillas; acaricia y puntea las cuerdas del stradivarius de su interior, sin duda un objeto insólito en una vagabunda como ella. Cierra los ojos, cabizbaja, y tras unos instantes de evasión en su mundo de fantasía se coloca el objeto en el hombro y comienza a tocar. La melodía, inspirada quizá en algún tenso, misterioso y oscuro relato de Poe, se eleva dramática en la plaza, bella y virtuosa. Mantiene el estuche abierto al lado para conseguir unas pocas monedas con las que sobrevivir aquel día. Unas pocas monedas que resultan insuficientes para valorar el arte que es capaz de tejer, como una hechicera.

Humano Mensajes : 120

-¡Atchás!- estornudó Didier, llevándose el dedo índice de la mano derecha a la punta de la nariz para frotársela. Un ligero espasmo, un repelús, le hace temblequear un poco intentando tomar aire entre estornudo y estornudo. -¡Atchás!-

Aquella no era una buena hora para salir a la calle -al menos, no en su día de permiso- y tampoco acompañaba mucho el hecho de que el frío pelara literalmente. Se notaba que todo aquel que cruzaban por la Plaza de la Unión lo hacía porque en su deber estaba el ir a trabajar o acudir a algun sitio con urgencia, porque ¿quién en su sano juicio se expondría a ese temporal por puro pasatiempo?
Ellos, sin ir más lejos. Sylvie se había presentado tempranísimo en casa del francés, obligándole a quitarse el empanamiento de encima -como otra noche, apenas había pegado ojo- y a salir de casa, destruyéndole el magnífico plan de quedarse en casa bajo la cama hasta el medio día.

-Espero que merezca la pena el haberme sacado de la madriguera, Post-it- le inquirió a la chica con el ceño fruncido, mientras caminaban por la capa blanca que antes solía ser la acera de aquel lugar. Didier se subió el cuello de su cazadora y se encogió sobre si mismo, escondiendo la cabeza agazapado, metiendo las manos en los bolsillos. -Esto no es sano, no lo es-

A saber el porque estaban allí. Algo tramaba Sylvie si no le decía nada, y ya tenía comprobado que en esos aspectos no era muy de fiar. Le sorprendía con sus ocurrencias, algunas veces de forma grata, pero la mayoría...

Entre refunfuños, al detective le llegó una melodía bastante tétrica para su gusto. No pudo evitar mirar en la dirección del sonido, poniéndose de puntillas al no conseguir ver su procedencia ante una barrera formada por transeuntes. Se paró un momento, y esperó a que la gente pasara.
Y entonces vió al curioso personaje para nada acorde al escenario. Una muchachita blanquecina y extrambótica que manejaba un violín con destreza, le impactó que fuera así vestida en el tiempo que pasaban. Otra loca más pensó. Pero fijándose mejor, le resultó familiar... extrañamente familiar.

-Espera...- le susurró a su compañera, desviando sus pasos hacia la fuente en donde se situaba la artista. Se plantó frente a ella dejando un par de monedas en su estuche abierto, escuchándola, pero en ningun momento apartando la mirada de su cara, la cuál había visto antes pero no recordaba.

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