Pasan varios segundos de silencio en los cuales Gabriel no parece reaccionar, quizá demasiado sumido en sus pensamientos, debido a la cantidad de recuerdos que ha sacado a relucir. Recuerdos que, piensa ella, intentará hacerle enterrar para que no le sigan atando de pies y manos e impidiéndole levantarse. Pero... ¿Por qué? ¿Qué hace que le importe tanto liberarle y romper sus cadenas? Sabe que es algo que tiene muy dentro, una emoción profunda e indescifrable que la mueve por entero hacia él, que la incita a ser su tabla de náufrago en ese mar tormentoso poblado por los fantasmas del pasado, que impide que su sentido común reaccione y le aparte de su lado pero... ¿Qué significa esa emoción?
Con esa pregunta interna, cuya respuesta no encuentra, Eithne se deja envolver por los brazos de Gabriel, estrechando a su vez los suyos entorno a su espalda, que frota de nuevo levemente, de forma acariciante. Un nuevo estremecimiento, más acusado y que, por tanto, Gabriel seguro percibirá, agita levemente su cuerpo ante las caricias en su nuca y cabello, haciendo que exhale un suspiro cerca del cuello de Gabriel.
Escucha sus palabras, que dicen algo que ella ya intuía y asiente, como una forma de decirle que lo entiende. Ella misma le ha dicho que debe dejar ya esa carga y él lo ha hecho soltándolo todo, por lo que contestarle con un "era lo que debías hacer" o "te vendrá bien haberlo hecho" sobra, es demasiado evidente, más aún que lo que él ha dicho. En su lugar, cuando entreabre los labios para hablar, lo hace con una intención muy distinta:
-Quédate -Le susurra al oído, abrazándole con más fuerza. Deja claro que, en aquella noche de tormenta, ella no es la única náufraga que teme ahogarse si sigue a la deriva, que ella también necesita una tabla a la que aferrarse para flotar...
Que ella, al igual que él, se siente enferma de soledad.